(13) Etapa final en Filadelfia



Siguendo las previsiones, el viernes 8, de mañanita, abandonamos nuestra casa en San Francisco, la que se ve en la imagen mientras esperamos el taxi. Nos dirigimos a Filadelfia, Philadelphia para ellos, que escriben en todos los sitios Philly, para abreviar, un viaje de cinco horas en avión con un cambio horario de tres que nos reducía sensiblemente el trayecto de vuelta.

Esta vez no hubo problema alguno y llegamos sin novedad a nuestro hotelito, el Penn's View, un poco de época, pero situado muy cerca del río Delaware, donde está el enorme puerto de la ciudad.


Está en pleno casco histórico y una plaquita así lo atestigua. En cualquier caso, es una ciudad de cierta antiguedad para nosotros (1682) y casi del pleistoceno para los cánones de un país reciente como los Estados Unidos. Como llegamos a las siete de la tarde, una vez instalados, salimos paseando a tomarle el primer pulso a la ciudad.


Ahora es una gran urbe, 1,5 millones de habitantes y 6 millones en su entorno, y en el pasado fue la ciudad clave en la independencia norteamericana, capital temporal del país y, mientras fue colonia inglesa, la tercera ciudad del imperio tras Londres y Dublín. Y tiene un imponente sky line.


Y esto es su ayuntamiento, claramente afrancesado, cuya torre intentamos visitar al día siguiente de la llegada para ver la perspectiva de esta ciudad tan planita, pero estaba cerrada porque sólo hay horario de lunes a viernes. El de abajo,  es uno de sus alcaldes, al que imortalizaron en la acera de enfrente con esta estatuta enorme, casi soviética. El edificio municipal tiene cuatro fachadas similares y sendos pasillos cubiertos en cada lateral para acceder a un patio público central.


Junto al hotel recorrimos, ya a la mañana siguiente, unas calles de su época más antigua, la colonial, bien conservadas y donde sigue habiendo algún forofo de la antigua metrópoli.


Muy cerca del hotel se encuentra también uno de los puentes de acceso a Filadelfía, el Benjamín Franklin, que guarda cierto parecido con el Golden Gate Bridge, incluido una parte lateral peatonal. 


 Fue la primera actividad del sábado y desde allí pudimos divisar una vista general de la ciudad. Más o menos encima de la cabeza de Juanma (derecha) se puede distinguir la torre del ayuntamiento y comprobar que en realidad lo tienen sitiado los rascacielos .


Debajo, la vista girando hacia la izquierda y alejándose del centro. Por si no se nota en las imágenes, hacía calor, unos 32 grados oficiales que algunos sentíamos muy duros, nada que ver con lo de San Francisco, donde apenas se superaban los 20, y demasiado para el pateo. Inaugurado en 1926, unos años antes que el de San Francisco, era entonces el puente colgante más largo del mundo con sus 533 metros, aunque solo mantuvo el récord durante tres años. Curiosamente, tiene peaje pero solo en uno de sus sentidos.



Una vez en ruta, entramos en la antigua bolsa de la ciudad, ahora reconvertida en centro comercial y como en casi todos los sitios, recargada de banderas del país.



Después, el tour clásico para todos los visitantes de Filadelfia por los lugares donde se gestó la independencia norteamericana y objeto también de un masivo turismo interno. Lo que véis al fondo, acosado también por grandes edificios, es el Independence Hall, donde mientras fue capital estuvieron el Congreso y el Senado de los primeros 13 estados. Había mucha gente y una buena organización para recorrer los distintos departamentos a cargo de personal del Servicio de Parques Nacionales.



En las visitas te permiten sentarte en el antiguo Congreso.


El que nos lo mostró, un funcionario yanki, era un auténtico personaje, por sus modos, maneras y acento, y llevaba una coleta, que no se aprecia, muy a nuestra moda pabloiglesista actual.


En todas las visitas había un guía que echaba largos discursos y que conocía perfectamente el tema. El público del país casi vibraba.



Arriba, Alfonso y Fely en el primitivo Senado. Salimos de allí tan imbuídos de espíritu nacionalista (americano) que ya no tuvimos ganas de hacer cola para ver la emblemática Liberty Bell o Campana de la Libertad. En definitiva, que nos había llegado con lo visto y oído sobre la independencia y la Constitución americana.


Y muy cerquita, la casa de George Washington, que ha desaparecido pero en la que han replanteado los muros. Está llena de grandes paneles explicativos del proceso de independencia y de la lucha para acabar con la esclavitud. En estas visitas no hay ni una concesión, escrita u oral, al idioma español pese a la gran cantidad de gente que lo habla.



Por la calle te encuentras numerosos carteles como éste situando hechos o momentos históricos. Claritos y eficaces. Mientras paseábamos, un hecho nos llamó inmediatamente la atención: había disminuido la población asiática con relación a San Francisco, donde es abundantísima, y a cambio había muchísimos más negros, que se ven menos en la otra ciudad.



Arriba, otro de los funcionarios en una de las visitas, otro personaje que en la tele haría un papel excepcional, qué manera de explicarse, de gesticular y de moverse.


Tras una mañana sin parar, repusimos energías en una especie de terraza en la que nos atendió un camarero que había vivido en Barcelona donde dijo haber pasado muy buenos momentos: Amaizing!!!!.


Y vuelta a las calles en una ciudad totalmente plana, fácil de visitar en su parte histórica, siempre rodeados de estas grandes moles.


En el epicentro, el ayuntamiento, por el que pasamos varias veces.


Y muy cerquita, el parque del amor, donde existe es una especie de escenario para hacerse fotos bajo el cartel de Love. Increíblemente, había que hacer cola para las fotografías. El nombre de la ciudad, elegido por su fundador, William Penn, está formado por dos palabras griegas y significa ciudad del amor.


 Hacía calor y habían instalado una fuente al uso para disfrute de los niños y este curioso personajito enano se pasó todo el rato que allí estuvimos persiguiendo los chorros que aparecían y desaparecían. Junto a él, un nutrido grupo de niños.


Prácticos que son los norteamericanos, utilizan postes para sujetar las bicicletas que no dan margen a la equivocación.


En la ciudad existe un barrio chino, pero nada que ver con el de San Francisco en tamaño y animación pese a lo que aparenta la fotografía.


Muy cerca del hotel, ya de noche, encontramos este interesante grupo escultórico sobre la masiva emigración irlandesa a USA.


Es didáctico y explica con imágenes como el hambre expulsó de Irlanda a cientos de  miles de personas. Sentías algo dentro al verla, se te retorcían las tripas.


Y la mañana del domingo, antes de tomar por la tarde el vuelo para casa, visita al museo del personaje más completo que ha dado Filadelfia, antes de ir a la cárcel...


Franklin, el inventor del pararrayos y que hizo otro montón de cosas, nació  en Bostón pero muy pronto se estableció aquí.


Echamos un buen rato en el museo que revisa su vida y obra, y es una pequeña joyita, maravillosamente montado. El hombre hizo de todo, dirigió periódicos, se involucró en la política, representó a su país en Gran Bretaña e Inglaterra, viajó ocho veces a Europa, se implicó en la lucha contra la esclavitud, intervino en la creación del primer cuerpo de bomberos, del primer hospital, de la cárcel, quiso usar el viento para nadar.

 
Impresiona.


También diseñó este curioso aparato de música con copas de vidrio. Es una visita obligada, y eso que nosotros fuimos sin saberlo.


Lo de la cárcel no era retórica, ni una broma. Aquí, en Filadelfia, inventaron las modernas penitenciarías. Allá en en el lejano 1823, cuando aquí seguíamos casi con la Inquisición, se les ocurrió que era una barbaridad detener a los delincuentes y meterlos todos juntos en una gran habitación enrejada. Concurso al canto y construyeron en unos años una cárcel que ha sido modelo en el mundo (Carabanchel o Vigo entre otras).


El tipo de prisión con galerías radiales que van a un punto central desde el que se controlan todas, y que hasta entonces no existían. Sin embargo, aquí le dieron un toque especial motivado por la influencia de los cuáqueros, tan estrictos ellos. Quisieron recuperar a los delincuentes a base de silencio y aislamiento. Cada uno tenía su celda, que incluía (¡en 1823! cuando la Casa Blanca carecía de agua corriente) inodoro y calefacción, y un pequeño patio anexo para hacer ejercicio y ver la luz.


Vivían en la celda 23 horas y salían dos períodos de media hora al pequeño patio. No hablaban con nadie, ni con los carceleros, que usaban calcetines sobre los zapatos para no hacer el menor ruido, y les daban la comida sin que los vieran. El sistema duró unas pocas décadas porque se demostró claramente inhumano, m´s que otros rudos y violentos. Allí estuvo R.L. Stevenson y lo criticó con dureza, asegurando que volvía locos a los internos.


La de arriba no es una celda al uso, sino la que ocupó, con este mobiliario, Al Capone, cuando ya el aislamiento era un recuerdo. Se ve que incluso detenido tenía influencias. Estuvo en ella unos ocho meses.


El modelo de Filadelfia compitió con el de Nueva York, también basado en el silencio (los presos no podían hablar entre ellos) pero no en el aislamiento. Tenían actividades juntos, incluida la comida, pero siempre callados.


Cuando se cerró la cárcel, situada a 2 kilómetros de la ciudad cuando se construyó y ahora dentro de la urbe, estuvo a punto de ser demolida. Finalmente, se mantuvo y hoy es una atracción turística. Mantienen un par de corredores bien y el resto en proceso de ruina, pero te situas.


Y en el patio, una gráfica que muestra el número de presos en USA comparado con los demás países. Bate el record, con unos 800 por 100.000 habitantes (España sobre 150) y se preguntan el motivo de semejante desfase. Y, claro, con una predominancia exagerada de negros y también de hispanos. Hay los mismos negros que blancos en la cárcel, con lo que ello significa. Eso sí, se cuestionan la barbaridad de detenidos por motivos éticos... pero también por el coste que supone. Es una tónica en este país, el gasto siempre es un argumento principalísimo.


Y tras este chute de visitas a una ciudad interesante, carretera y manta. Paramos en un antiguo mercado, el Reading Terminal, que hoy comparte esta función con la de sitio para comer con numerosos restaurantes, muy agradable, y recogida de maletas camino del aeropuerto. 

Regresamos sin problemas, algo que hay que agradecer a US Airways, visto lo ocurrido a la ida, y con otra imagen de los norteamericanos. Con los que topamos fueron amables, mucho, y agradables, y no vimos ni una pistola, aunque habelas hailas. Cierto que estuvimos unas semanas y en sitios muy concretos, pero es lo que sentimos. Ahora, el BTS en versión adulta, el Back to school que veíamos en todos los comercios usando las siglas. Fely y Ana aprovecharon un rato en el aeropuerto para hacer deporte



Mientras alguno probó las mecedoras que había estratégicamente repartidas por las instalaciones aeroportuarias.


También compramos un artefacto para abrir botellas: en realidad las abren los dientes del mismísimo Obama: una frikada divertida.


Y a partir de ahí, la vuelta al trabajo y a la vida ordinaria tras estas vacaciones en las que tanto hemos disfrutado. Y a pensar en las siguientes, que en octubre hay escapada canaria. Todo sea por no quedarse parados, no vaya a ser que nos pase algo. Hasta pronto.

(12) Despedida de San Francisco


Algo más de tres semanas recorriendo SF y California dan para mucho, por ello iniciamos con margen la despedida de un estado norteamericano que a partir de ahora será diferente para nosotros. 


El adiós comenzó el pasado martes con una jornada de pateo por lugares que nos faltaban por conocer a fondo. Primero, el museo Legión de Honor, aprovechando by the way que cada primer martes de mes la entrada es gratuita. La foto inferior corresponde a la Schiava Turca, magnífica imagen de la ciudad de Parma cedida temporalmente para exponerla aquí y obra de Il Parmigianino.


A diferencia de la colección Hess, fue una sorpresa en positivo. Menudo museo y menuda colección: Una maravilla. No hay de todo, pero sí muchas cosas en pintura, escultura, algo de mobiliario francés (siglo XVII), antigüedades de Egipto y zonas de América (en la foto, Alfonso con un columbario en una exposición temporal de piezas de 4.000 años antes de Cristo). Nos encantó y echamos allí varias de horas. 


El edificio y gran parte de su contenido es una donación de Alma de Bretteville Spreckles, también conocida como la abuela de SF. Y no es para menos ya que convenció a su primer marido para que se lo regalara a la ciudad, incluida una amplia muestra de esculturas de Rodin, muchas de ellas compradas por ella misma directamente al escultor. Una suerte tener una mecenas de ese calibre. La grandma', de origen bastante humilde, pero con muchas cualidades artísticas, medía 1,80 de estatura.


El museo cuenta también con un cuadro de Goya y el de abajo es una obra interesante también de un pintor español, José Jiménez Aranda, Predicación en el Patio de los Naranjos en una Semana Santa de Sevilla (1876). 


Y como despedida, una visión de Venecia de Monet. 


Como está cerrado por obras el Museo de Arte Moderno (MOMA), este acoge una amplia muestra de Matisse, aunque no se podían hacer fotos. Despuès de varias horas, salimos del museo y enfilamos el descenso a la ciudad (está en lo alto de un montecito llamado Lincoln Park) para ver el antiguo cuartel de Presidio. La sorpresa: a nuestro lado, todo tranquilo, cruzó la carretera del parque un zorro. 



No nos imaginábamos que pudiera pasearse por allí, aunque fuera en una zona verde tan amplia.


El antiguo cuartel, llamado Fort Point, se encuentra justo debajo del inicio del Golden Gate,  en su base, y al construir el puente pensaron derruirlo, pero se negó el arquitecto considerando que merecía conservarse. Sin embargo, para llegar a pie hay que dar una gran vuelta de casi dos kilómetros descendiendo la montañita. 



En la fotografía, está delante de Fely y Ana, a lo lejos.


Antes de llegar vimos una curiosa demostración de las medidas de seguridad antiterremotos que se aplican en SF al lado de la foto de un puente de un estado del centro de USA revirado por la acción de un viento huracanado. Ambos modelos se mueven y notas la diferencia de seguridad entre uno y otro. 


El presidio, de entrada gratuita como casi todos los lugares históricos visitados (aunque siempre hay una hucha pidiendo apoyo económico, incluso si cobran) fue construido en 1850 para defender la entrada de la bahía. Para que los cañones quedaran a la altura del agua se rebajó el desmonte del acantilado.


En el mismo lugar, pero con el montículo intacto, los españoles habían construido el fuerte inicial, mucho más modesto. De ahí el nombre de Presidio.


En el interior hay un museo  que revive la vida y la historia de este cuartel, detallado y bien montado. Es uno de los pocos ejemplos de fuerte militar construido en ladrillo en la costa norteamericana.


Situado justo bajo el puente, se tiene una perspectiva diferente de su parte inferior, la que casi nadie ve. 


La dificultad para nosotros es que hacía poco más de 15 grados y un fuerte viento, con una sensación ambiental de frío real junto al mar.


Resulta curioso el dato de que el fuerte se levantó para defender la ciudad, pero ni en la guerra civil ni después en la primera guerra mundial entró en actividad. Desde Presidio nos dirigimos andando al centro de la ciudad por el área litoral. 




Allí se encuentran casas estupendas, y suponemos que carísimas, que aprovechan las vistas al mar.


Lo que parecía un paseo largo se convirtió en extenuante para llegar a la zona de los muelles dedicados ahora al ocio y al comercio cerca de un sitio llamado Fort Mason.


Por medio encontramos una enorme construcción de tintes neoclásicos, que es uno de los pabellones de la exposición internacional que se organizó unos años después del terremoto de 1906 y que se ha mantenido con fines recreativos y de imagen como museo de bellas artes. 



Es enorme.




Y ya el, jueves, despedida total con una comida en un restaurante peculiar: Outerlands, situado a unos cientos de metros de nuestra casa. 



Ya intentamos ir el pasado domingo a un brunch, pero no hubo forma pues estaba lleno. Hoy también, pero esperamos un poco.


Ofrece un menú para desayunos, otro de comidas y un tercero para cenas, incluso un cuarto para el brunch con platos que se salen de lo que conocemos, pero nos encantó y el pan lo hacen ellos. Sellamos el final de nuestra estancia en SF con una botella de vino de Sonoma, incluido en una carta con precios algo subidos de tono.


Después, último paseo por el centro, alguna compra para entretener la tarde y cena frugal en casa antes de irnos pronto a la cama. Última imagen de Union Square desde la terraza de la cafetería en el último piso de los almacenes Macy's.



Hemos dedicado también el día a recoger y limpiar la casa, a fin de que sus dueños se la encuentren mañana en estado de revista. Hemos pedido el taxi a las 7 a.m. para irnos al aeropuerto camino de Filadelfia, donde pasaremos un par de días a fin de hacer ganas para regresar a casa y despistar de paso al jetlag. También les dijimos adiós a nuestros compañeros gatunos: Eartha, la negrita, y Atlas, su compañero siamés, cariñosos y buenos, que nos han entretenido estos días, entre otras cosas intentando evitar que Eartha se fugara. 


Como es habitual con los gatos, se han acostumbrado a nosotros y no parece que echen de menos a sus dueños, a los que recibirán mañana por la noche.