(2) Ya en San Francisco....a pesar de US Airways


Llegar, llegamos, como se puede ver en la foto con el Golden Gate Bridge, pero costar, costounos. Llevamos algo más de 24 horas en San Francisco y tras una larga caminata por la playa y los caminos de la costa o Lands End (Finisterre que diríamos nosotros) ya empieza a olvidársenos el follón del viaje, que no fue pequeño.

El miércoles 16 de julio, como estaba previsto, los cuatro nos pusimos en marcha prontito desde Vigo y Redondela, sobre las 7:15 horas, en dirección Oporto, para salir con la TAP hacia Lisboa y luego, ya con US Airways, volar a Charlotte (Carolina del Norte), etapa intermedia en nuestro camino hacia San Francisco.
Pero como el hombre propone, esto es, en nuestro caso, saca el billete con casi medio año de anticipación, y luego la compañía, dispone, lo que viene a suponer que si quiere te transporta, y si no, como nos ocurrió, te deja tirado a tu suerte. ¿Qué qué quiero decir? Pues que al mostrar nuestros billetes en Oporto la empleada de facturación dijo que nones, que nuestro avión había salido a las 7:50, una hora antes, y que el vuelo Lisboa-Charlote había sido anulado. Aquí una foto desde el avión llegando a Lisboa.


Empezó ahí un rato de desconcierto y agobio, que no terminó hasta bastantes horas después en Boston, donde recalamos en lugar de Charlotte. Sintetizando, en la TAP de Oporto pasaron de nosostros y no quisieron siquiera llamar a US Airways para saber qué hacíamos, y solo tras insistir nos dieron el teléfono de Lisboa. Llamamos y aseguraron que los cambios nos los habían notificado por email, lo que que no era cierto. Nos dijeron que al llegar a Lisboa nos dirigiéramos a su oficina del aeropuerto.


El momento desesperación se produjo en Lisboa al comprobar que la oficina de US Airways ¡ESTABA CERRADA! Evito detalles, pero empezamos un peregrinaje por atención al cliente, vigilancia de la oficina de US Airways por si regresaban y varias más, pero ni caso. Al final nos sugirieron la oficina de atención al cliente de la TAP, donde había una cola kilómetrica y ¡bingo! tras más de una hora de espera y sin explicaciones, nos dieron billete de Sata (una compañía de las Azores) a Boston y que allí fuéramos a la oficina de una tercera compañía, United Airlines, para seguir a San Francisco .


Pese a nuestra gran suerte, tuvimos que ganarnos el viaje desde Lisboa. Estaba ya cerrado el cheking, y las que lo atendían se cerraron en banda hasta que llamaron a un supervisor que lo permitió aunque tuvimos que hacer un  carrerón hasta la puerta de embarque, lejana, sudando tinta. Después nos tocó estar 50 minutos bajo un sol de justicia ya dentro del avión vete a saber por qué (¿acaso esperando nuestras maletas?) con las azafatas dando agua a los niños, pero nosotros encantados.
Después en Boston, cambio de terminal, media hora esperando el bus para llegar por lo que dimos por perdido el vuelo previsto. Pero en el cheking desierto, una empleada nos dijo que era nuestro día de suerte: el avión se había retrasado y podíamos cogerlo. Conclusión: pese a todo llegamos a San Francisco solo una hora después de lo previsto, aunque de inicio un pelín más estresados. Y no pudimos disfrutar de aeropuertos, pues los embarques se produjeron de repente. 27 horas en total.



Y ya sobre la una de la mañana, en nuestra casita, en un barrio situado cerca de una playa y del parque Golden Gate. Entrar con la clave por el garaje tampoco fue sencillo y en la operación tuvimos una baja, de la que ya hablaremos.


Es una casa sencilla y cómoda, con un salón-cocina, tres dormitorios y un baño, todo en dos alturas y media, y garaje en el sótano, en la que viven nuestros intercambiados: una pareja de dueño de librería (él) y escritora (ella) y niño-niña gemelos de ocho años.




En la trasera, una parcelita-jardín en la que habitan unas gallinas que les surten (ahora a nosotros) de huevos frescos que ya hemos probado en la cena de ayer. 



También tienen dos gatos, Atlas y Eartha, a esta última ni la hemos visto: no sabemos si escapó al abrir la puerta del garaje de noche al llegar. El otro, Atlas, nos hundió ayer en la miseria cuando también, en un descuido, se nos piró igualmente. Crisis, pensando en como decirselo a sus dueños que se habían quedado sin mascotas, pero a la noche logramos capturarlo. Solo falta la gata, pues.





La primera mañana en el barrio, Outer Sunset, la dedicamos a hacer una compra en un colmado y en observar con sorpresa como las señales en las calles te indican los días en que se limpian y las horas que hay que quitar los coches bajo amenaza de multa. Son dos veces al mes.





Al volver de la compra, nos fotografiamos con este monstruo de la carretera en USA. Después nos fuimos andando por la playa, natural y salvaje, en un día típico de verano de aquí, nublado y con unos veinte grados.
 

Ya nos dijo en el avión una argentina que vive aquí que "los mejores inviernos que ha conocido son los veranos de San Francisco". Esperamos que no sea para tanto.



En la playa poca gente y nadie bañándose, aunque sí algún surfista, con abundancia de carteles sobre el peligro del bañarse.



Pasamos el día recorriendo esta parte de la ciudad, cuadriculada, toda del mismo estilo de casas bajas y con el cableado aéreo, como estilan por aquí.



Llegamos hasta el palacio de la Legión de Honor, situado en el Lincoln, lleno de referencias francesas y uno de los museos más importantes de la ciudad con 70 obras de Rodin, entre ellas la que se ve, El Pensador. Lo visitaríamos días más tarde.

 

Encontramos también este gráfico recuerdo del holocausto de la segunda guerra mundial.



Finalmente, una típica comida americana para empezar, cómo no, en un campo de golf abierto existente en el parque, y regreso a casa paseando por un camino litoral en el que todo el rato íbamos viendo el Golden Gate, puente famoso y señal de identidad de la ciudad.


Había que fotografiarse, como cuando lo hicimos con la torre Eiffel o el templo Dorado de Kioto.



La vista era imponente, sobre todo desde este paseo tranquilo, con muy pocos turistas alrededor y con muchos locales paseando a sus perros o haciendo running.




Según avanzaba la tarde, las torres del puente iban siendo cubiertas por la niebla. Y todo el paisaje que se divisiba, al otro lado de la bahía, territorio agreste y sin construcciones ni huellas humanas.






De vuelta nos encontramos la reconstruida Cliff House, una antiguo hotel-restaurante famoso por las escenas que allí se rodaron de la película "La casa del acantilado" de Tom Wyrsch y con una historia agitada. 


Está sobre el mar y, como su nombre indica, en zona de acantilados. 


Tomamos una cerveza y unos mojitos y regresamos andando tras todo el día de pateo. Con el jet-lag y la andaina, estábamos muertos.


La imagen superior es de una antigua casa de baños, Sutro, que estaba junto a la Clif House y de la que solo quedan los restos.



Debió ser enorme.

1 comentario:

  1. Genial. Creo que me están entrando ganas de ir. Me haceis un sitio? Alvaro

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