(9) En Yosemite con las secuoyas gigantes

Cerramos el capítulo de excursiones a una cierta distancia acercándonos a Yosemite, uno de los parques nacionales más famosos de Estados Unidos y de los primeros que se crearon. No está muy lejos de San Francisco, a poco más de 300 kilómetros, pero se tarda cinco horas en el viaje. Y es que además de autopistas es preciso utilizar carreteras de montaña con un solo carril. Elegimos días laborables, advertidos de que el fin de semana el lugar se llena, y aún así estaba completito.



Lo cierto es que este valle alargado y estrecho entre altísimas e imponentes moles de piedra es de gran belleza. Sin embargo, California lleva tres años de sequía y eso tiene un coste: hay incendios y uno de ellos afectaba a una esquina del parque con la humareda visible desde algunos puntos.  


Posiblemente por ello había importantes medidas de precaución y numerosos brigadistas (aquí con otra denominación) y coches de bomberos por todas partes. Desde el principio la sensación fue de insignificancia, la nuestra con respecto a lo que nos rodeaba.


Llegamos al mediodía del jueves y recorrimos la base del parque por el valle. Hacía mucho calor y fue difícil encontrar un sitio donde aparcar. 


De entrada, al centro de visitantes, donde conocimos los detalles de su historia desde mediados del siglo XIX. Es uno de los primeros parques naturales declarados como tales, en un momento en que la noción del disfrute de la naturaleza todavía era muy incipiente. A partir de aquí vinieron otros muchos y USA fue pionera en ese sentido.



También vimos un impactante vídeo sobre las precauciones con los osos, sobre todo no dejar comida en los coches o al aire libre libre, ya que los atrae. En la película se ve a osos metiéndose en coches por las ventanillas para llevarse comida y como los destrozan para conseguirlo sin que tengan que esforzarse mucho.



El primer paseo lo dimos hasta las cascadas de Lower, nada menos que 740 metros de altura y la más alta de USA, pero con tan poquita agua ahora que no era muy vistosa.


Por la pared se descolgaban unos escaladores.


Mires por donde mires hay unas paredes de roca granítica tremendas, la más alta de 4.000 metros, y esta, la Half Dome, es famosa porque da una imagen distinta según el punto desde  donde se observe.


En algunas partes del valle, la zona donde se concentra la mayor parte de los visitantes (unos pocos kilómetros cuadrados de un total de 3.000 del parque nacional) existen praderas de hierba (meadows) que cuando hay lluvias fuertes se inundan. En el día que estuvimos parecía un imposible.



Una de selfie, para variar. Alfonso es un especialista desde antes de que se le pusiera nombre yanqui a esta costumbre.


Junto al río, que discurría con poco caudal, vimos un indicador metálico con el nivel alcanzado en las inundaciones. La última, la mayor de todas, en 1997, el nivel había subido más de dos metros. O sea, por encima de nuestras cabezas, con lo que el valle se debió convertir en un gran lago.


Abundan los carteles en los que se pide prudencia a los conductores para evitar atropellos de osos, que todos los años causan una docena de muertos entre estos animales. 


Textualmente, "la velocidad mata osos". Pese a las numerosas advertencias, nadie parecía preocupado por ellos y nosotros no íbamos a ser menos. Por la noche, en el hotel, la recepcionista nos dijo que una vez se topó con uno, se puso muy nerviosa pero se controló, empezó a silbar y cantar y se fue sin correr. Zafó sin problemas, aunque lo contaba todavía con nervios. 



En la foto superior la variada vista desde el valle. A la izquierda la mole de El Capitán, la más famosa de todas, junto con la Half Dome.


En el interior del parque solo hay tres posibilidades de alojamiento: en el extremo final, un hotel construido en 1927, el Ahwahnee, muy caro; en tiendas de campaña grandes y con catres, tampoco barato, y el hotel que elegimos


en el otro extremo, el Wawona (ambos nombres indios),  de finales del siglo XIX y un tanto peculiar. 


Edificado todo en madera, tiene varias alas y es muy aparente. 


Sobre todo de noche, te traslada al pasado. Numerosas fotografías lo recrean en el interior.


En la recepción esperamos a que nos tocara turno para cenar. Estaba a tope y no daban abasto, pero cenamos bien.



Peculiaridades: habitaciones sin teléfono, sin televisión, sin aire acondicionado (sí ventilador en el techo) y sin baño. Son compartidos para varias habitaciones, aunque están muy limpios, Y de económico nada de nada. De los más caros que estuvimos. 


Tampoco Internet en condiciones, al parecer porque el parque nacional no les deja poner antenas. También cuenta con una piscina.


Pese a todo ello, estuvimos muy a gusto y a la mañana siguiente nos acercamos al principal bosque de secuoyas de Yosemite,  de nombre Mariposa Grove, que está por esta parte del parque.


Lo que se ve en la imagen superior son las raíces de uno de estos mastodontes de árboles, el Fallen Monarch, caído al parecer hace unos siglos. 



Es impresionante. 



Pueden vivir 3.000 años o más y alcanzan alturas de 75 metros y 9 metros de diámetro en la base. A su lado te sientes diminuto.



A la vista queda su excepcional tamaño.


Precisamente, la protección de las secuoyas fue uno de los motivos que llevó a la creación del parque.


Tal vez para evitar barbaridades como la apertura de un agujero para no desviar el camino o más probablemente por hacer una gracia. En su interior cabemos todos y más.


Por lo que nos enteramos, pese a la protección su situación tampoco es cómoda. 




Antes de la llegada del hombre blanco en masa, hace unos 200 años o algo menos, un régimen natural de incendios les ayudaba a reproducirse y criarse, y eso ahora no existe. Pese a ello, los técnicos del parque los hacen de forma controlada y así contribuyen a ello.


Nosotros recorrimos el bosque a primera hora de la mañana, protegidos del sol por estos gigantes naturales y un tanto alucinados ante sus dimensiones. 


Como la mayoría, no nos resistimos a comprobar que para abarcarlas hace falta un grupo numeroso. Alfonso es apenas un puntito entre las secuoyas.


Después subimos a las alturas del parque para llegar hasta Glacier Point, desde tuvimos otra visión del Half Dome, que se eleva 1.600 metros por encima del valle y da idea de una ola que se eleva antes de caer. El día no estaba claro y eso se nota en las fotos.


En sus orígenes todo el valle y sus cañones laterales eran un enorme glaciar, que con el fin de las glaciaciones desapareció. Desde esta zona es posible imaginarlo. 


Y entre bosques y picachos de cuento escuchamos a una pareja... hablar en gallego. Eran de Coruña, los primeros que vemos en el viaje, aunque sí españoles de otros sitios.


Antes de iniciar la vuelta a San Francisco nos hartamos de mirar el valle desde todos los puntos de vista y soñamos con volar sobre esta maravilla de la naturaleza. Llegado el momento, Juanma no se decidió a arrancar y prefirió seguir en tierra firme.


Y que nadie se alarme: aunque la foto no está trucada, no es lo que parece. El riesgo era cero.
De regreso a San Francisco, fuimos al encuentro de Valvanera y José Luis, una encantadora pareja de recién casados de la Rioja en viaje de novios con los que cenamos e intercambiamos experiencias  y fotos de su reciente boda a la que no pudimos asistir por estar, precisamente, de viaje. Fue una velada muy agradable, aunque nos despistamos y no hicimos foto pero tenemos una bajo la niebla pedaleando el Golden Gate. 

Ellos siguen su periplo por la costa oeste y después a Hawai, y casi que nos apuntamos a acompañarlos.

2 comentarios:

  1. Y veo que el Yosemite aun no se quemo del todo y por lo que respecta a los montes aquí con El Galiñeiro ya tenemos la reproducción en miniatura y que tengan cuidado porque si promocionamos Porriño como parque granítico igual les ganamos , solo nos faltan las secuoyas. Disfrutar que al final tendreis que volver.
    Besos

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  2. menudo complejo de liliputienses os entraría al lado de semejantes gigantes, qué maravilla! besos

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